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La voz humana: El capricho de Almodóvar

Evento del año de corta duración. Cualquier estreno de Pedro Almodóvar es un acto de celebración cinematográfica de altura internacional, incluso cuando se permite el lujo de dejar a un lado la estructura del largometraje y dedicarse a ese arte minimalista e infravalorado como es el corto. Aprovechando el premio que Venecia entregaba a la majestuosa Tilda Swinton por toda su carrera, el manchego presentó al mundo La voz humana (2020), basado en la obra de teatro del francés Jean Cocteau, al que tanto partido le está sacando.

Y es que el argumento es un clásico almodovariano: el monólogo de un ser sufriente por una ruptura dolorosa. Ya en Mujeres al borde un ataque de nervios (1988) se aprovechó de este relato para llevar hasta una de sus cotas más altas el sentir tragicómico y patético de una mujer exitosa a la que se le junta la inseguridad por el inexorable paso del tiempo, y la certeza del fracaso amoroso. En este caso, con la inglesa Swinton como única protagonista (si excluimos la compañía de su perro, que no es suyo), Pedro pone en pantalla un texto cargado de amargura y pasión, de engaños y verdades, de vergüenza y orgullo, tan intenso que a veces parece escrito por un alma adolescente. 

Con una dirección de arte rozando la perfección, Almodóvar acentúa el artificio que supone lo material frente a lo emocional. La fotografía (de nuevo en las manos seguras de José Luis Alcaine) saturada de colores, donde el rojo de pasión y dolor prevalecen, muestra el desamparo desgarrador ante la pérdida de lo compartido, el alejamiento sentimental entre dos almas distanciadas en el espacio, la superación tras el incendio del recuerdo. Demasiados puntos en común con Mujeres… como para no compararlas. En el doliente relato monologado se apela a la piedad, al cariño y a la esperanza vana. Un grito lanzado a una voz muda, un interlocutor que no se escucha, que rara vez da la respuesta esperada, un espectro que envía al criado a recoger los restos de su historia, en una alegoría religiosa acentuada por la duda vital.

Como muy bien se encargó de recordar el propio director de Volver, este es “casi un capricho, una experiencia de libertad” en el que, y esto es más un elogio que una crítica, es capaz de desplegar su enorme talento, aunque el aroma a usado impregna la sensación del visionado.

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