Como amantes del buen cine de terror, los seguidores de este controvertido género tenemos la posibilidad de elegir entre dos tipologías separadas por una delgada línea: el horror basado en lo sutil y lo atmosférico, o aquel cine apoyado en el impacto y el sobresalto. Podría decirse que ambos caminos son perfectamente lícitos, pero es posible que, en el caso del segundo, el abuso de la técnica lleve a desembocar en peores conclusiones.
James Wan dirigió en 2013 Expediente Warren (The Conjuring), una película sobre fantasmas vengativos que obtuvo el beneplácito de crítica y público, situándose como una de los trabajos más destacados de los últimos tiempos dentro de la categoría de casas encantadas y espíritus enfadados. Recaudó más de 319 millones de dólares en todo mundo y continúa siendo la segunda película de terror original más taquillera de todos los tiempos solo por detrás de El Exorcista (William Friedkin, 1973). El film, que contaba un caso real registrado en los expedientes de los conocidos demonólogos Ed y Lorraine Warren, fue todo un acierto de planteamiento, narrativa y lenguaje cinematográfico. Luz al final de del tunel del terror, siempre poco iluminado.
Debido al éxito cosechado por la primera entrega, los productores decidieron que debía haber una continuación, por lo que, basándose en las penurias de una familia de Enfield (Inglaterra) asediada por un agresivo poltergeist, James Wan ofrece ahora su nueva criatura al mundo: Expediente Warren 2: El caso Enfield.
Si ya por defecto es complicado para una secuela repetir el éxito de su predecesora, en el caso del cine de terror puede serlo más aún. Repetir la misma fórmula puede funcionar, pero lo que es seguro es que se pierde la exclusividad y el factor sorpresa, aspecto importantísimo que todo producto del género debe intentar desarrollar de manera especial. En Expediente Warren 2, Wan lo tiene claro: no tocar lo que funcionó en su día, volverá a funcionar hoy. El realizador malayo lleva esta filosofía al extremo, aunque con un matiz: multiplica por diez el impacto.
Negar que la segunda parte de las andanzas de los Warren vuelve a dar escalofríos sería pura hipocresía, puesto que consigue el objetivo de inquietar al respetable casi durante todos los tramos de sus 133 minutos. Sin embargo, Wan pierde todas las sutilezas que hicieron de la primera parte su película más madura y respetable, para acongojarnos a base de los mismos sustos de antaño aquí anabolizados y convertidos en lugares comunes y decibelios de más. ¿Funciona? Sí. ¿Sorprende? En absoluto.
Muchos no verán en esto un impedimento para disfrutar de la montaña rusa que ha vuelto a preparar James Wan, cierto es que no tiene por qué serlo, pero es inevitable que esta vez nos suene todo a visto y oído. El director no ha querido abandonar la senda y el film huele a sucedáneo, de calidad, pero sucedáneo al fin y al cabo. Además, repite estructura al mezclar la trama de la familia con sucesos que ocurren alrededor del matrimonio Warren, una opción efectista y posiblemente innecesaria que para muchos será uno de los lastres más pesados del film.
Algo que contrarresta los excesos que vulgarizan relativamente la película, es su ambientación. Como en la original, vuelve a lograrse la verosimilitud del entorno creado alrededor de la sufridora familia. En ese sentido, el trabajo de la diseñadora de producción Julie Berghoff, que repite tras trabajar en varias películas de Wan, es uno de los aspectos más destacados de la cinta. Ese meritorio ejercicio de profesionalidad se contagia al resto de categorías técnicas del film y ayuda de manera crucial a que la película camine con cierta firmeza y determinación. Tampoco se queda a la zaga Don Burguess, que tenía la difícil misión de reemplazar a John R. Leonetti, director de fotografía de la primera entrega que más tarde se aventuraría a dirigir él mismo Annabelle, ese mediocre spin-off que intentaba aprovechar el éxito de Expediente Warren. Burguess consigue que no se eche de menos ninguno de los fantásticos movimientos y encuadres de la cámara que creó escuela en 2013 y que en ambas películas es protagonista por su implacable efecto de sugestión dramática.
Tampoco debemos obviar el buen trabajo actoral. El esfuerzo que ya comprobamos en la primera parte de los expedientes Warren, vuelve a aparecer en El caso Enfield. La destacable labor del elenco está encabezada por Vera Farmiga y Patrick Wilson, que repiten como la pareja de «cazafantasmas». Por otro lado, también resultan muy creíbles Frances O’Connor (Inteligencia artificial) y Madison Wolfe, la aterrada madre de familia y la hija implicada en el dichoso y mediático poltergeist, todo un circo de periodistas, curiosos, parapsicológos y corrientes de opinión.
Por su parte, Joseph Bishara, el enigmático encargado de componer la banda sonora de la película, repite doble tarea: músico y demonio. Ya fue aquella espeluznante criatura roja de Insidious (la primera vez, con permiso de Saw, que James Wan se puso realmente serio) y esta vez se pone los hábitos para interpretar a una de las monjas más aterradoras vistas en el cine últimamente, de la que ya se ha informado de manera oficial que tendrá su propia película. Un artista todoterreno este Bishara, desde luego.
En definitiva y antes de que algún ser demoníaco se adueñe de esta crítica, se aconseja su visionado, por qué no. Clichés y tópicos encontraréis a mansalva, por supuesto, pero diversión también. Esta segunda parte de las andanzas de los Warren es un escándalo para bien y para mal, un «despendole» de energías negativas que nos hará saltar de la butaca aunque ya casi nada nos sorprenda. Eso es lo que parece haber querido hacer James Wan: más de lo mismo. Bueno ¿y si funciona? Id al cine, juzgad vosotros.
Lo mejor: es un disfrute absoluto para los amantes del sobresalto.
Lo peor: sus excesos y lugares comunes le restan valor.