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Sinónimos: Tragicómico Oso de Oro

Algo que ocurre con el género de la comedia es que aquellas obras que se llevan a cabo bajo sus códigos tradicionalmente ha sido mucho más difícil considerarlas películas de alta calidad, confundiéndose a menudo el humor burdo, el slapstick y el chascarrillo fácil de corte sexual con el desarrollo narrativo cómico, las interpretaciones de humor contenido y los planteamientos absurdos o surrealistas. Claro que hay varios métodos totalmente legítimos para provocar la risa en los espectadores y, además, dominarlos y manejarlos debidamente suele ser de una dificultad superior a la que presentan los códigos de otros géneros, por lo que muchos realizadores suelen llenar sus comedias con contrapuntos dramáticos y sobre todo elementos satíricos. Una vez hecho esto, se da la eventualidad de que son estas comedias, películas de crítica social a través del humor mordaz, las que acaban siendo seleccionadas con mayor probabilidad en los festivales de cine, porque como ya hemos comentado, la comedia no es un género serio –como si no fuese tanto o más difícil hacer reír al público que hacerle llorar– y si no requiere de un esfuerzo intelectual no suele ser carne de festival, para que los críticos no se vayan ofendidos. Y como todo el mundo puede comprobar aunque sea de manera estadística, en los festivales de cine, y con especial énfasis en los de clase A, toda película con un componente socio-político en su relato gana enteros de cara a ser galardonada en alguna categoría.

No es mi intención insinuar que este sea el caso de Sinónimos (Synonymes, 2019), pero la verdad es que para abordar esta película hay que ser cauteloso y revisar, aunque sea de manera somera, por qué se cumplen todos los síntomas de este fenómeno. Nadav Lapid puede ser ya considerado como el mejor director de cine de la historia de Israel –tal vez con el permiso de Ari Folman–, y eso que la película que estrenará este mes de febrero en nuestro país es solo su tercer largometraje, pues ha ido salpicando su carrera de cortos y mediometrajes varios en diferentes proyectos, individuales o colaborativos. Con su ópera prima Policía en Israel (Ha-shoter, 2011) ya ganó el premio especial del jurado en el Festival de Locarno, y con La Profesora de Parvulario (Haganenet, 2014) ganó el premio al mejor director en el Festival de Buenos Aires y levantó el Giraldillo de Plata en el Festival de Sevilla. Cinco años después, y levantando mucha expectación por su primer film europeo, Lapid ha vuelto a triunfar en Sevilla con el premio al mejor director y ha alzado el prestigioso Oso de Oro en el Festival de Berlín por Sinónimos. En su corta pero intensa trayectoria de ocho años ha triunfado ya en medio mundo, en competiciones cinematográficas de máximo nivel.

Sabiendo esto, el visionado de su última película es, cuanto menos, prometedor. Pasadas las dos horas de película, donde hay cabida para la tensión dramática, momentos muy cómicos y reflexión intelectual, uno por fin llega a entender el ejercicio de cine que el realizador israelí lleva a cabo en esta comedia de crítica social, y con qué intención lo hace. Sin entroncar con las tendencias contemporáneas del humor, Sinónimos encuentra sus referentes inmediatos en la nouvelle vague francesa y en las películas de Jean-Pierre Melville y Alain Delon de finales de los sesenta y principios de los setenta, al menos en lo que a puesta en escena se refiere. Los personajes, todos ellos, parecen almas cándidas pululando por la metrópolis parisina, y su actitud mortecina incluso en las situaciones más inverosímiles choca y desespera al espectador en más de una ocasión, recordándonos a los clásicos de Godard o a El silencio de un hombre (Le Samouraï, 1967). Claro, que todo esto son mecanismos sabiamente ejecutados por el director en la búsqueda del humor absurdo. Pero adentrémonos algo más en la construcción del guión de la película.

Lapid escribe un guión sarcástico que quiere funcionar constantemente apoyándose en el ridículo, haciendo uso de diferentes recursos para ello: a veces se pone de relieve una práctica social que, aislada de su contexto, descubre el sinsentido de su función; a veces se yuxtaponen los teóricos derechos constitucionales de la república francesa, enunciados literalmente, con las limitaciones de estos derechos en la práctica; y a veces simplemente se tira del absurdo o del componente sexual para establecer ese ridículo. Y es que aunque sea considerada una comedia, Sinónimos debe ser vista como una sátira política con claras intenciones de crítica social. Tal vez al director le complazca la idea de que el público se divierta con su película, pero lo que busca primordialmente es que te quedes pensando en los problemas socio-políticos que plantea, no que te rías con ellos. Durante buena parte del metraje asistimos a escenas duras o incómodas de ver, y es que por muy cómica que sea la película, también es un drama.

Precisamente los tintes dramáticos del film se recargan continuamente acompañando al personaje protagonista, Yoav, en su periplo por la caótica ciudad de París para convertirse en ciudadano francés de pleno derecho. El realizador israelí ha confirmado en varias entrevistas que escribió el guión basándose en sus propias experiencias vitales, y que hay mucho de autobiografía en el relato. No sabemos hasta qué punto la historia de Yoav refleja las vivencias de Lapid, pero las diferentes subtramas de la película se van volviendo cada vez más escabrosas y aprietan un poco más con cada secuencia las tuercas del drama: conflictos antisemitas entre neonazis y la comunidad judía, conflictos familiares que escalan y a los que el protagonista ha de enfrentarse de manera inesperada, conflictos personales incluso con sus amigos cuando la confianza y las libertades que alcanzan entre ellos se les van de las manos… Este ascenso dramático se ve culminado en una preciosa escena metafórica, no teman spoilers, de Yoav peleándose a gritos y empujones con una puerta cerrada, con un trozo de madera inanimado, revelando la verdadera situación de soledad de un individuo de sus condiciones en un lugar en el que desea encajar desesperadamente, pero al que parecen negarle la entrada.

Tom Mercier, el actor protagonista del film, se luce con una interpretación complejísima, en la que explora todo tipo de registros, desde el cómico hasta el dramático, pasando por la introspección personal y el horror físico. Los momentos de consagración del actor no son en su desnudez física –que la hay repetidas veces a lo largo del metraje–, sino aquellos en los que queda desnudo emocionalmente y la cámara se posa en su rostro para escudriñar el proceso por el que su personaje está pasando. Tal es el peso de Mercier en la película que, en realidad de manera arriesgada, Lapid delega en él todo el flujo dramático de la misma, y cabe la posibilidad de que el ritmo de la narración se resienta en determinados puntos del relato. Por su hazaña interpretativa, Mercier ha recibido el galardón al mejor actor en los premios del cine israelí, además del de mejor actor revelación en la última edición de los Lumières, los Goyas del cine francés.

© SBS Films / arte France Cinéma / Pie Films

En definitiva, al ver Sinónimos se percibe como una película de denuncia social hacia ciertos organismos, determinados regímenes políticos e incluso hacia procesos administrativos y burocráticos asumidos como normales y naturales en el desarrollo civil de un auténtico inadaptado social, con todo lo que eso implica a nivel cultural, religioso y político en la Europa de 2020. De todos los tiros que dispara Lapid con su película, algunos los hace apuntando fenomenalmente, y con otros acaba disparándose en el pie, pues semejante mezcla debe de ir muy bien hilada, y hay secuencias en las que el visionado se antoja simplemente inconexo, y hay otras tantas en las que puede llegar a ser agotador. En cine, como en el resto de bellas artes, a menudo se utiliza la expresión acuñada por la Gestalt de “el todo es mayor que la suma de sus partes” para ilustrar los logros de una obra. Pues Sinónimos es una aportación más que interesante en la ya lustrosa filmografía de su director, donde podemos disfrutar mucho de todas las partes que la componen aunque al final se nos quede cara de póquer al saltar los créditos finales de un todo que nos puede costar trabajo descifrar.

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