Cine Documental

Stolen Fish: La desesperación africana se hace a la mar

La explotación impune y salvaje de África es un tema de cierta aspereza en el mundo cinematográfico. La industria que tendría que denunciarlo en pantalla ha sido (históricamente y de una forma paternalista) una de las que más se ha beneficiado de sus bajos costes de producción, y los altavoces de lo que allí ocurre no tienen la forma ni los medios suficientes como para arrancar un proyecto. Esto incide en que generalmente las películas que sobre su explotación se han hecho, vienen de la mano de algún blanco acomodado de alguna parte remota de Europa o América quien, aturdido por su conciencia, procura presentar al mundo un tema redundante y al que sin embargo no se le ha encontrado (no sabemos siquiera si se ha buscado) una solución que beneficie a los autóctonos. Afortunadamente esta tendencia está cambiando, aunque los proyectos que consiguen salir adelante en el continente africano hasta el momento son testimoniales. 

El género que más y mejor ha tratado las secuelas del feroz imperialismo de principios del siglo XX ha sido el documental, con filmes que han trascendido su vocación minoritaria, para asentarse como alegatos contra la herencia colonialista. Destacan la cruda y agresiva La pesadilla de Darwin (Le cauchemar de Darwin, 2004), o el duro relato de la emancipación de los pueblos ocupados en que se convierte Concerning Violence (2014). Esto si no contamos la larguísima lista de producciones para la televisión sobre casi cualquier aspecto de la realidad africana, desde la política y social, hasta la antropológica y religiosa.

En este contexto aparece Stolen fish, un documental que sigue a tres habitantes de la costa de Gambia, uno de los países más azotados por la explotación foránea de sus recursos, y por su salida violenta hacia la desagradecida Europa. Arranca en la noche oscura del África negra, y recorre las labores y reflexiones de Abou, Mariama y Paul, a quienes la despiadada actividad de los pescadores chinos está dejando sin trabajo, sin posibilidades de crecimiento económico, y dañando un entorno rico y soberano, con el arrastre de sus garras y sus redes. Sobre sus aspiraciones planea constantemente la idea de la migración, una realidad violenta e indeseable, que se ha convertido en la única salida (indigna) a la esperanza de un futuro.

Dirigida por la periodista y cineasta polaca Gosia Juszczak, y reconocida por la revista VICE como una de las 10 películas más radicales del festival Sheffield Doc/Fest, su media hora de duración es suficiente para reconocer una voz firme en su creadora, apoyada en la decisión de llevar a escena un equilibrio entre belleza e información, liberada de la pesada carga de la manida y machacona voz en off de un narrador invisible. El mensaje es un grito de denuncia, la demanda de oportunidades y de aspiraciones tan prosaicas y legítimas en su esencia, que prácticamente se convierten en el rostro de una deuda, la de la Europa que hunde a los trabajadores de su antiguo granero, en el abismo del rechazo.  

Sin paternalismos ni miradas prejuiciosas, Stolen fish (que se estrenará en España en el marco del Festival Miradas.doc el próximo 2 de marzo) es un documental que viene a poner rostro y alma a los miles de africanos que por la acción extranjera y colonialista, llevan a la desesperación de jugarse la vida lejos de su hogar. Un hogar ocupado y explotado sin escrúpulos para ti y para mi.

Salir de la versión móvil