“¿Quién es el dueño de esta pocilga?”
Y échate a temblar, que William Munny (Clint Eastwood) acaba de hacer una entrada triunfal en un viejo saloon repleto de prostitutas y tipos duros de los de antes y la va a liar. Y la lía tanto que la primera vez que vi esta película no pude contenerme y acabé de pie en el sofá aplaudiendo y gritando algo como “vamooooss Munny, dales”, y no soy partidaria de la violencia de ningún tipo, ¡pero esa escena es increíble!, no la voy a destripar. Cada vez que vuelvo a ver la peli, y ya han sido muchas veces, me pasa lo mismo, tengo que aplaudir o hacer la ola o algo. Esta de la que hablo es una de las grandísimas escenas de este western de 1992 que dirige y protagoniza Clint Eastwood, uno de sus mejores trabajos, en mi opinión, como director y también como actor. Se llevó 4 Oscars, mejor película, mejor director, mejor secundario para Gene Hackman (un tipo asqueroso en la peli, por cierto) y mejor montaje.
Eastwood revitalizó un género clásico que cuenta con decenas de títulos excelentes dirigidos por maestros del séptimo arte, que estaba de capa caída. Bueno, y sigue, porque desde entonces poco más ha habido, los Coen lo intentaron con el remake de un clásico de John Wayne, Valor de ley, pero, qué queréis hermanos Coen ¡no hay color! Munny es mucho Munny.
Sin Perdón se trata de un western sombrío, sereno, solemne, frío y a la vez totalmente apasionado (de ahí mis aplausos y vítores). Narra la historia de un hombre viudo con dos niños que en su pasado fue el más despiadado asesino a sueldo, un alcohólico que al conocer a su mujer decidió abandonar esta vida. Pero cosas del destino, un día le ofrecen un trabajo, capturar a dos hombres que le habían dado una paliza a una prostituta dejándole cicatrices de por vida. Por necesidad y porque seguramente algo de aquel que fue queda dentro de él, acaba aceptando y recurriendo a su amigo Morgan Freeman para ayudarle, junto a un joven pistolero, en este trabajillo. A partir de ahí comienza la aventura.
A lo largo de ella reflexionarán sobre la naturaleza humana, el paso del tiempo, el amor, la decadencia física, el perdón, el arrepentimiento y la justicia. Porque al final lo que hace William Munny cuando después de muchos años vuelve a probar el alcohol es impartir su propia justicia. Y lo hace de manera apasionada y me atrevo a decir apoteósica (qué escena, qué escena). Todo ello en un ambiente casi lúgubre, frío, desapacible que choca con la serenidad con la que la más estrepitosa acción transcurre. Una película que atrapa, que convierte en héroe a un asesino, que hace que comprendas lo que dice y lo que hace…hasta el final.
Y acompañando a Eastwood en los papeles principales, dos actores enormes: Morgan Freeman, su compañero de batalla en muchas de sus películas y en esta más incluso, y Gene Hackman, un sheriff, que como no puede ser de otra manera, es la ley. Un tío machista, presumido, egocéntrico…a fin de cuentas odioso. Lo borda. Se llevó el Oscar y un Globo de Oro. Una peli excepcional, con un guión repleto de frases célebres y un protagonista inolvidable. Por algo Clint Eastwood es uno de los grandes cineastas actuales, dirige, actúa, compone, produce… Sus últimos trabajos no han tenido tanto éxito como otros anteriores que todos tenemos en mente (Mystic River, Gran Torino…), pero hay que confiar. ¡Vuelve Clint, vuelve!
Por Lore Pérez
