Con la ciudad pasada por agua, la Seminci abrió el pasado sábado sus salas y teatros para dar comienzo a su 64 edición. Solera, historia y compromiso son los rasgos distintivos de un festival caracterizado por dirigir su atención al ámbito de lo social y por abordar las problemáticas más contemporáneas. Ahora bien, lejos de apoyarse en su larga experiencia para construir una Sección Oficial fuerte, el festival internacional de Valladolid parece dejar a un lado su interés en esta selección de filmes que fue iniciada sin fuelle ni gracia por Intemperie, la última obra de Benito Zambrano y, a su juicio, la más compleja de su filmografía. Con un Luis Tosar contenido y limitado, el director de Lebrija parece actualizar la mítica carrera de Antoine Doinel que cierra Los 400 golpes al mostrarnos la huida de un niño que desea dejar de lado la estricta autoridad para sentirse libre. Maniqueismo puro, sin tintes: los buenos demasiado buenos, los malos, muy malos.
Una brecha de la que se salió con And then we danced, una obra interesante en la que Levan Akin narra, con sinceridad y pulso, una historia cuyo centro de gravedad reside en el baile y el deseo y sobre el que se despliega una aventura de amor homosexual atrayente y cautivadora. Película que, por lo visto hasta el momento, puede ser considerada la película más destacada junto con Echo, un mosaico compuesto por Rúnar Rúnarson que, destilando ternura, emotividad y sencillez, consigue volverse un retrato fiel de la sociedad contemporánea. Filme entrañable que encontraría su opuesto en la fría Un gato en la pared, creación de Mina Mileva y Vesela Kazakova que termina por arrastrar el pensamiento y los sentidos del espectador por el delirio del aburrimiento.
Dejando de lado la selección principal, la Seminci encuentra su punto álgido en las secciones paralelas. En concreto, cabe reseñar la mirada que el festival presta al cine chino y al cine georgiano del siglo XXI. Dentro del ciclo dedicado al país asiático podemos ver obras ya míticas como la genial Kaili Blues (2015), primera de las joyas paridas por ese tótem cinematográfico llamado Bi Gan. Respecto al segundo de estos focos, que supone una muestra importante de ese país tan desconocido y olvidado que es Georgia, es oportuno mencionar In Bloom (2013), película de Nana Ekvtimishvili y Simon Grob que representa con suma sensibilidad, a través de la mirada de dos jóvenes de catorce años, las miserias y los miedos de una nación obligada a construir desde cero su futuro.
Atendiendo al verbo y la palabra, es decir, a lo que sobre el cine se dice, la Seminci se entrega de nuevo a una de las cuestiones más presentes en el pensamiento colectivo: el cine hecho por mujeres. Es así que el festival organiza su III Encuentro con mujeres cineastas, una propuesta inteligente y necesaria que, a través de una mesa redonda bautizada como El desafío de la primera película y en la que participaron veinte cineastas, estuvo centrada en poner sobre la mesa una serie de premisas y conclusiones que afectan al cine en femenino y a la manera en la que, con más problemas que comodidades, la mujer se relaciona con el séptimo arte.