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Lore Pérez

RdS: Infierno de Cobardes


A principios de los años 70 Clint Eastwood estaba entre los 10 actores más taquilleros de la industria. La trilogía del dólar de Sergio Leone de finales de los 60 y por supuesto «Harry el sucio» a las órdenes de Don Siegel en 1971 le habían convertido en uno de los tipos más duros del celuloide. Ese año se puso por primera vez tras las cámaras para rodar su ópera prima, «Escalofrío en la noche» (muy recomendable por cierto) y en 1972 decidió poner en práctica lo que había aprendido del maestro Leone, y dirigir el primer western de su carrera (cuenta con cuatro estupendos, «Sin Perdón» a la cabeza por supuestíiiiiisimo).
Y el resultado fue esta rareza de cinta que mezcla el espagueti western con el western clásico del que Eastwood siempre se ha declarado amante. El público abarrotó las salas, la crítica le dio de palos. Sin embargo, con el tiempo la película se ha revalorizado, ha envejecido estupendamente y se trata, desde mi punto de vista, de una rareza estupenda que trata los temas fundamentales que después se verán en otros westerns de Eastwood: la venganza, la cobardía del hombre, la justicia…
Un forastero llega a la ciudad de Lago y despierta el temor entre sus habitantes. Pronto queda claro que el tipo es un crack manejando el revólver, así que los vecinos le contratan para que acabe con tres pistoleros que están a punto de salir de la cárcel y llegar al pueblo para acabar con todo lo que se mueve. El forastero, del que no sabemos absolutamente nada, acepta con la condición de que todo se haga a su manera. Y en Lago, un pueblo de cobardes en el que se había apaleado al último sheriff, le dicen que sí a todo. Así Eastwood hace lo que le da la gana, sólo hay dos mujeres en el pueblo pero ambas acaban rendidas a sus pies, el saloon es suyo, y hasta consigue echar a los huéspedes del hotel para alojarse él solito. Cuándo los pistoleros salen de la cárcel y se dirigen al pueblo decide que lo va a convertir en un infierno y manda pintar todas sus casas de rojo para darles así una impactante bienvenida. El cartel de la entrada ya no pone Lago, pone Lago Hell. Y este tipo da muy mal rollo. No es un protagonista típico, es como un fantasma. Aparece, desaparece. Nadie sabe su nombre.  Hasta el final, hasta la última escena en el cementerio no es fácil descubrir las verdaderas intenciones del forastero. Y es justo en ese segundo en el que toda la película cobra sentido.
 
Es entonces cuándo repasamos escenas que no comprendíamos, flashbacks angustiantes, palabras que parecían vacías de significado. Es así como un director se hace grande. Y es una lástima el doblaje en castellano, para variar, que va más allá y desde mi punto de vista fastidia un poco el final, mucho más solemne en la cinta original. Pero de eso Eastwood no tiene la culpa. 
La cinta causó gran revuelo en su día. Se cuenta que el mismísimo John Wayne le mandó una carta a Eastwood quejándose por lo que había hecho con una película de género. Ay, qué lástima, por esta carta y algún asuntillo más no llegaron a trabajar juntos ¡Maldita sea! Habría estado ver bien a Wayne en un spaguetti western con esos zooms tan típicos de Leone que tanto se han repetido en el género, pero va a ser que no. No pasa nada, Clint, Wayne no te comprendía pero yo sí. 
Y aunque no es su mejor cinta, evidentemente, cuenta con algunos detalles que hacen que sea más que recomendable. De ahí, a «¿quién es eldueño de esta pocilga?» hay un largo camino, pero esta peli sentó las bases.  
Por Lore Pérez
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