El imponente Blanco se pasea por la nave de su empresa de balanzas con aire orgulloso y ligeramente altanero. No es para menos, tiene todo controlado y parece disfrutar a cada paso pensando que bajo su paraguas a ningún empleado le llueve. Bardem, nuestro mastodóntico Javier, se mete en la piel de este empresario al que creemos conocer pero no. El actor lo borda, como se suele decir, demostrando por enésima vez que, posiblemente, es el mejor de los intérpretes; un artista que atrae la mirada como un imán, el Simon Templar de nuestro cine -y el de otros- capaz de dar lo mejor de sí con tantos y tantos rostros diferentes.
A los mandos de este relato sobre capitanes de barco un Fernando León de Aranoa necesitado de triunfos tras la extraña Loving Pablo (2017), una película inoportuna y desdichada que dejó a todos con la mueca torcida. Bendito soplo de aire fresco entonces El buen patrón (2021), que recupera a un Aranoa bien despierto y maduro, sabedor de su habilidad con aquellos guiones de comedia que, como el crío que acaba de romper un plato, esconden tras su espalda inquieta los episodios laborales que enfrentan continuamente al empleado con el empleador. Esa dualidad equilibrada entre la carcajada –las provoca varias veces– y la crítica astuta –unas veces más sutil que otras– propulsa El buen patrón, que resulta ser un proyectil con metralla.
Todas estas idas y venidas, aparte de en el lúcido libreto del director, se apoyan en el fabuloso hacer de una nómina de secundarios que saben bailarle el agua al poderoso Blanco, también a Bardem, y es que estar a la altura de una performance tan aguda parece trabajo complicado. En este aspecto, la película de Aranoa camina firme y segura, como con la convicción de su protagonista, pues el resto del elenco se comporta como un grupo de costaleros rocosos dispuestos a pasear la efigie sin desfallecer hasta el final del camino. Al fin y al cabo, la sociedad española gusta de estructurarse con jerarcas de baratillo, comparsas y palmeros, esos de los que Aranoa también quiere hablar de una forma u otra en su punzante película. Tonto el que lo lea.
De la misma forma que se luce el casting de los Manolo Solo, Almudena Amor, Óscar de la Fuente, Sonia Almarcha o Fernando Albizu, el director de fotografía Pau Esteve Birba y la compositora Zeltia Montes, se marcan sendos ejercicios de estilo, en especial la autora madrileña que, con ecos de Morricone y John Williams, da a luz una banda sonora llena de ritmos bulliciosos que animan a que el espectador juegue, como los protagonistas, dejándose llevar por los tejemanejes que hacen funcionar ese microuniverso llamado Balanzas Blanco. Montes, talentosa y versátil, da en el clavo al componer una partitura que, de la misma forma que el film, transita ágilmente por la comedia con mala leche (Balanzas Blanco) y la calamidad (El pueblo también caga). Elegante e inteligente, su música tiene una importante presencia de instrumentos de cuerda y viento, aunque no olvida la percusión en temas como La justicia.
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El buen patrón es, en definitiva, una gran noticia para la cartelera y para nuestro cine, necesitado siempre de dosis de humor con trazas de realidad, o al revés. Es esta una gran ocasión para ir a las salas como terapia curativa, como ejercicio humorístico colectivo, como aceptación de realidades, esas que hoy nos cuenta un conocido y mañana una película, esas sobre los listos de la clase, sus chiringuitos… y cómo vigilarlos.
