“No podemos permitirnos el lujo de ser íntegros”, o al menos eso le espeta a Molly Bloom (Jessica Chastain) el más decente y honrado de los abogados cuando se siente acorralado y contra las cuerdas hacia el final del film. Porque Molly’s Game (2017) no trata sobre apuestas, ni tampoco sobre pleitos judiciales, ni sobre viejas glorias deportivas caídas, aunque haya un poco de todo ello en la cinta. Con la integridad como verdadero elemento a diseccionar en pantalla, Aaron Sorkin ha dado con una historia con la que, en su debut en la dirección, seguir ahondando en esta virtud humana que aflora incluso en los lugares gobernados por la depravación, la corrupción y la codicia. Maestro del lenguaje, reinventor de géneros y marcador de tendencias, Sorkin no defrauda en su estreno como realizador: al ritmo de un frenético intercambio de palabras, se sirve del montaje (con flashbacks con los que aborda la historia delictiva de Molly) y la fuerza interpretativa para hacer visible toda una diatriba moral en la que se ven insertos sus personajes.
La habilidad de Sorkin, esta vez, recae en su brillante capacidad para representar de forma tan legítima como verosímil el universo por el que se movía la ‘princesa del póker’ y que tanto tiene en común con el resto de lugares habitados por los personajes del ‘mundo Sorkin’: futuras promesas deportivas (Billy Beane, de Moneyball) vs. ingenio intelectual (Steve Jobs, Mark Zuckerberg), o fuertes pasiones que nada tienen que ver con el sexo (desde Algunos hombres buenos, allá por el 92, destacaba la ausencia total de este elemento tan sensacionalista y de uso obligatorio según los manuales de guion), y la paternidad (ausente, o doliente) como juez moral y determinante de la conducta. Ahí, donde el lujo desluce y el dinero contamina, donde reina la avaricia y la fama propicia un estatus de permisividad y desenfreno, Molly Bloom lidia la verdadera batalla, que nada tiene que ver con el poder, el materialismo o la ostentación, sino con preservar los principios morales como verdaderos pilares del ser humano.
Sin rumbo ni horizonte, los recuerdos le sirven al realizador para completar la imagen de una mujer de implacable talento y determinación. No es casual que sean las referencias a su pasado olímpico con lo que se abre y se cierra la cinta. De los esquís a la mesa de póker, la destreza se encuentra supeditada al azar inevitablemente, siendo importante el momento exacto en que todo cambia de dirección. Es justo en ese instante donde la imagen se detiene, se amplía, cambia de ángulo y se repite, todo para enfatizar el instante y capturar el momento en que la suerte se apodera de la partida. Y de esto sabe mucho Sorkin. Steve Jobs, La red social, Moneyball… todas comparten con Molly`s Game esa incondicional creencia en la probabilidad, en el destino de unos personajes que, capaces de desafiar a la estadística, se erigen como héroes de alcance empresarial (e incluso social) y se convierten en iconos mediáticos de los que, en definitiva, se sabe bien poco.
Esta vez Sorkin se centra en la vida de una mujer a la que Jessica Chastain interpreta con todo un repertorio de miradas comunicadoras, elegantes y precisas. Una mujer que no necesita de la voz de nadie más para hacerse valer ante un tribunal o una mafia rusa. Y mucho menos de un hombre, aunque estos sean unos irreprochables Idris Elba y Kevin Costner, a los que acierta al mantener en un segundo plano narrativo dejándole a ella todo el peso del relato. Porque si de algo trata Molly’s Game, es de la visibilidad de un relato que, siendo de dominio público, deja escondida la más valiosa de las verdades: que no hay más honra que la que uno es capaz de ganarse.
Por Cristina Aparicio
@Crisstiapa
