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Cine norteamericano

La leyenda de Tarzán: De la selva al gimnasio

Inspirado en un cómic poco conocido de la editorial Dark Horse lo primero que se agradece de La Leyenda de Tarzán es su tono adulto más cercano, salvando las distancias, al Greystoke de Hugh Hudson que al Tarzán infantiloide de Johnny Weissmuller. El film muestra a un Tarzán (Alexander Skarsgård) aburguesado y acomodado  en la sociedad victoriana de finales del siglo XIX. Y digo se agradece porque es buena propuesta mostrar a un Tarzán humano, que sufre, folla, bebe, ama y al que le ha costado mucho llegar a ser el rico aristócrata que es en un primer momento. Muestra incluso las señales que dejaron en él su pasado como cría de una gorila en la selva, muestra hasta como se transformó su estructura ósea para adaptarse a vivir en los árboles y caminar a cuatro patas. Es un Tarzán alejado del aire naif clásico y de la imagen Disney que da paso a un Hércules que parece recién salido de 300 de Zack Snyder.

Han pasado ocho años desde que volvió de África y ahora es John Clayton III, Lord Greystoke, y vive plácidamente con su esposa Jane (Margot Robbie) en su lujosa y heredada mansión. Todo cambiará cuando sea invitado al Congo como asesor comercial del parlamento británico y caiga en una trampa urdida por Leom Rom (Christoph Waltz).

El director británico David Yates, acostumbrado a manejar grandes presupuestos -dirigió cuatro películas de la franquicia Harry Potter– intenta alejarse del típico «hombre de la selva» y nos muestra a un Tarzán más cercano a la figura de un superhéroe, capaz de correr decenas de kilómetros, reventar a varios soldados y luchar a muerte con un gorila sin pararse a tomar respiro. Aprovecha los efectos digitales para mostrar la espectacularidad de los enfrentamientos, así como sus vuelos en liana a toda velocidad. Con una gran factura técnica y gracias al imprescindible motion capture, el film permite apreciar ese trabajo a través de unos gorilas casi reales que, paradójicamente, pierden veracidad cuando el guión exige mayor trabajo de CGI en pos de una pretendida vistosidad.

La trama se queda en una mera excusa y tampoco rema a favor el villano interpretado por Christoph Waltz, que con mucho oficio a sus espaldas, se dedica a hacer lo que mejor sabe, sin esforzarse, un «malo» con clase y sin escrúpulos al más puro estilo de sus personajes tarantinianos. La diferencia es que el guión de la película que nos ocupa no está escrito por el genio de Knoxville. Por otro lado, el film de Yates, nos da también una visión edulcorada y e irritantemente rosa de lo que fue el colonialismo y de cómo occidente explotó al continente negro. De haber sido así, no nos veríamos en muchos de los conflictos en los que, el mal llamado primer mundo, está sumido en la actualidad.

© Warner Bros. Pictures

© Warner Bros. Pictures

Por esto y por mucho más, La leyenda de Tarzán es un film con la principal aspiración de entretener, a la vez que busca ofrecer una revisión del mito del personaje creado por Edgar Rice Burroughs, al dar una imagen más moderna, sexual y violenta, que enganche a las nuevas generaciones y, a ser posible (o habrá tirones de orejas) hacer rentable la imponente (al menos para nosotros) inversión de 110 millones de dólares.

Lo mejor: el espectacular prólogo y el sentido del humor de Samuel L. Jackson.

Lo peor: una trama simplona que por momentos carece de interés.

Por Javier Gadea
@javichul

 

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