Hace muchos años una amiga me preguntó por qué me gustaba tanto Woody Allen. “No me gusta”- le respondí tajante-. “Me encanta”.
Me viene a la mente esa anécdota mientras veo, después de varios años desde la última vez, Annie Hall (1977), que cumple nada más y nada menos que cuarenta años desde su estreno. ¿Conservará aún ese encanto que la convirtió en la película de más éxito de Allen?. Reconozco que albergo serias dudas. La recuerdo muy marcada por un estilo determinado y eso supone, indudablemente, cierto hándicap para aguantar el paso del tiempo.
Pero quiero y deseo empezar este artículo, como mujer seguidora del cine de Allen, con un homenaje al personaje de Annie y a la actriz que lo interpreta, Diane Keaton (Los Ángeles, 1946), musa y mejor amiga del maestro Allen. El personaje está claramente inspirado en Diane Keaton (de hecho, Hall es el apellido real de la actriz) y, según se cuenta (ellos no lo han desmentido), en la propia relación que mantuvieron ambos y que había terminado poco tiempo antes de empezar el rodaje.
Al ver la naturalidad con la que Keaton se mueve en la película, da igual las veces que veas el film, vuelves a dudar que la actriz realmente actúe; tal es la frescura de la que dota a su personaje, una dulce, nerviosa e insegura aspirante a cantante, que encuentra en Alvy, un neurótico cómico de éxito interpretado por el propio Allen, la motivación para su propia evolución personal, marcada por los intentos de éste de cambiarla, cual Pigmalión.
No olvidemos que Keaton no era precisamente una recién llegada. Conocía el mundo de Woody Allen, aparte de su relación personal, por sus colaboraciones previas, pero también había experimentado la revolución que supuso para el cine el éxito de las obras maestras de Coppola: El Padrino (The Godfather I, 1972) y El Padrino II (The Godfather II, 1974), interpretando a Kay. Y cómo no destacar el estilo inconfundible del personaje de Annie, o más bien el de la propia Keaton, que volvió locos a los encargados del vestuario al elegir personalmente las prendas masculinas que viste en la película y que crearon una tendencia que aún hoy en día sigue conociéndose como “estilo Annie Hall” . “Dejadla”, respondía Allen ante los requerimientos de los del vestuario. “Diane es un genio”. Por este papel la actriz ganaría un Oscar merecidísimo.
Y esta naturalidad en la actuación no es sólo de Keaton, sino también de Allen. La química que desprenden ambos es impresionante. Mientras los veía discutir en Annie Hall yo los veía discutir años después en busca de un asesino en la que es mi película favorita de Allen, Misterioso Asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993). Los mismos gestos, la misma complicidad. Evidentemente son muy amigos y fueron pareja, pero ejemplos tenemos de resultados desastrosos similares, por lo que obviamente esa naturalidad y complicidad es mérito de ambos actores.
Pero ¿qué importancia tiene Annie Hall en la carrera del genio neoyorquino?. Esta pregunta subyace mientras recuerdo varias de sus declaraciones en las que reconoce no haber hecho jamás una obra maestra, sino como mucho, algunas buenas películas, como Zelig (Zelig, 1983) o La Rosa Púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985). “Lo he intentado e intentado y creo que a lo largo de los años he hecho buenas películas, algunas normales, otras malas, pero una obra maestra, siempre lo intento y nunca lo consigo, así que después de todo este tiempo empiezo a pensar que quizá nunca vaya a lograrlo”, comentó. De estas declaraciones se vislumbra el afilado perfeccionismo de Allen y la sorpresa que produce no encontrarse con Annie Hall entre las películas que salva de su filmografía, curiosamente la película más icónica, más premiada y de mayor éxito comercial de Allen.
Pero, aunque el director obvie el título entre sus películas preferidas, Annie Hall es un film determinante en la carrera de Woody Allen y se convirtió en un antes y un después. Significó su consagración como “cineasta serio”, ya que sus anteriores películas, Toma el dinero y corre (Take de money and run, 1966), Bananas (Bananas,1971), Todo lo que quiso saber del sexo pero no se atrevió a preguntar (Everything You Always Wanted to Know About Sex But Were Afraid to Ask,1972), El dormilón (Sleeper, 1973) y La última noche de Boris Grushenko (Love and death, 1975), eran películas muy divertidas e ingeniosas pero mostraban personajes muy caricaturizados, en una línea de continuidad con la faceta más humorística y surrealista de Allen y de su periplo anterior como cómico y monologuista.
Allen quería dar un paso más allá con Annie Hall e ideó una película en la que la relación de pareja fuera un elemento más junto al resto de referencias propias en casi toda su obra: el sentido de la vida, el sexo, la religión, los guiños intelectuales, el psicoanálisis y hasta la política. Y a diferencia de sus películas anteriores, no lo hace en una sucesión de gags, sino que dichas referencias están contextualizadas, las vincula a los personajes y a la historia y las introduce en una sucesión de diálogos brillantes y afilados, cargados de humor inteligente y con múltiples referencias a las obsesiones del realizador. El guion, que ganó el Oscar, es obra del propio Allen y de Marshall Brickman, con quien ya había colaborado en El dormilón y con quien volvería a repetir en Manhattan (Manhattan, 1979).
Sin embargo, no sólo la presencia de los temas referenciales típicos de Allen alejan a Annie Hall de ser una comedia cualquiera, sino una estructura formal revolucionaria, con digresiones, y donde el autor hace partícipe al espectador al romper la cuarta pared hablando directamente a la cámara, subtitulando los pensamientos de los personajes en contraposición con lo que hablan (escena de la azotea), o llevando a los personajes frente a un espejo, como cuando lo introduce en su propio pasado, bien en el aula, en la casa familiar bajo la montaña rusa de Brooklyn o en la consulta del psicoanalista. Estas escenas, de las más divertidas para mí (destacaría las escenas del Alvy niño o la famosa escena de la cola del cine donde Alvy hace intervenir al filósofo Marshall McLuhan) que podrían romper la unidad de la película, no sólo no lo hacen sino que consiguen integrarse en un todo, en una película que no admite etiquetas y que resulta peculiar y diferente.
La película, que se iba a llamar inicialmente Anhedonia (que significa incapacidad de disfrutar y que finalmente fue rechazado por el estudio) terminó centrándose, incluso a pesar de las ideas iniciales de Allen, en la relación de Alvy con Annie, lo único que encajaba tras los sucesivos cortes en la sala de montaje del director. Ésa, quizá, sea la razón que explique el que olvide a Annie Hall entre el puñado de películas cuyo resultado era lo que él buscaba (algo que también le ocurrió con otra icónica de sus películas, Manhattan).
Y no podemos dejar de destacar otro gran protagonista de la película: la ciudad de Nueva York. El amor a esta ciudad de Allen es sobradamente conocido en su obra y Annie Hall fue la primera de la que se ha venido a llamar “trilogía de Nueva York”, junto a Manhattan y Hannah y sus hermanas (Hannah and her sisters, 1986). Este amor fluye por toda la película gracias al fantástico guion (son muy divertidas referencias graciosas contraponiéndola a Los Ángeles) y a la misma imagen de la ciudad, con la cuidada fotografía de Gordon Willis, con el que iniciaría una relación de colaboración para futuros trabajos en los que el fotógrafo se alejaría del tono sombrío que le dio fama tras construir los míticos planos de la saga de El Padrino.
Annie Hall es única. Te ríes constantemente pero sobrevuela siempre una cierta desesperanza y melancolía, una sensación agridulce que se agudiza con el final perfecto que tiene la película, con ese chiste por el que Allen nos lleva de nuevo al humor (con el famoso chiste del huevo) para decirnos algo muy serio: da igual lo irracional que sea esto del amor, seguimos necesitándolo.