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Críticas

Amama: Requiem por un caserío vasco

Presentada en el último Festival San Sebastián y ganadora del premio Irizar al cine vasco, Amama (abuela en euskera) es el primer largometraje en solitario de Asier Altuna (Bertsolari, 2011) quien sumerge su cámara directamente en el País Vasco profundo, en medio de un bosque donde se encuentra un caserío con unas costumbres ancestrales.

Nos encontramos ante una familia con tres hermanos, cada uno con su árbol plantado y marcado con un color diferente representando el carácter de cada miembro. Tenemos primero al padre, duro y taciturno; a la madre totalmente sumisa; el  hijo mayor que se va y así se quita de encima sus responsabilidades;  al hermano que vive entre la ciudad y el campo y quien aporta una pizca de ligereza al entorno;  Amaia, rebelde y artista y por fin, Amama, la matriarca de la familia, silenciosa y presintiendo el posible apocalipsis del caserío.

La película se basa en largos planos secuencia con poco diálogo, permitiendo al espectador contemplar tanto la cara adusta de algunos personajes de la cual emana un aura de inquietud, como el aislado y lúgubre paisaje que les rodea.  También se nota una atmósfera peculiar que nos sacude por dentro, en efecto, el director establece ciertos códigos de película de terror (el bosque nebuloso, las escenas oníricas, la abuela con su larguísimo pelo blanco y en camisón vagando entre los arboles…) todos estos elementos nos evocan claramente el universo fantasmagórico del cine fantástico japonés (Kiyoshi Kurosawa),  sin por ello caer en el género.

Así, para describir la manera con la que el caserío va cayendo a pedazos, Asier Altuna recurre a las metáforas, empezando por las raíces de la familia equiparadas con las de sus árboles, el hermano mayor llevando en su espalda a su abuela corriendo y atravesando el bosque como si cargara sobre él el peso de toda la responsabilidad del caserío.

Este filme no tiene ambición más allá que de acercarse al máximo a los personajes y poner de relieve el choque generacional, de presagiar el fin de un mundo rural ya en vía de extinción ante la modernidad y de lo cual los personajes son totalmente conscientes.

Lo mejor: la forma inteligente de Altuna de usar metáforas para poner en evidencia tanto la importancia de las raíces como la divergencia cultural entre campo y ciudad.

Lo peor: la escasez de los diálogos puede confundir al espectador y quedarse sin entender el verdadero objetivo que busca el director en esta película.

Por Ibtissem Chikhaoui
@Maya_bcn

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