Hoy han pasado por la Sección Oficial As You Are, largometraje del estadounidense Miles Joris-Peyrafitte y lo último de J.A. Bayona, Un monstruo viene a verme (A Monster Calls).
As You Are llega al festival avalada por el Premio Especial del Jurado de la pasada edición de Sundance. Y es que sorprende la cuidada realización de este joven director que con tan solo 23 años es capaz de transitar lugares comunes para desviarse de ellos justo en el instante en el que el tópico empieza a materializarse. La cuidada puesta en escena, el elegante manejo de la cámara y su capacidad de arriesgar para combinar distintos tipos de imágenes y planos, hacen de esta historia de adolescentes atormentados una película de brillante factura técnica que quizá se desvanezca pronto en el tiempo.
De otra parte, y fuera de concurso, Bayona satisface y agrada a un público (prejuicioso) con su tercer film, Un monstruo viene a verme. Y es que este no es el primer gigante que se pasea por el Festival (Colossal, The Giant), aunque es posible que sí sea el más impresionante a nivel de producción (y de levantamiento de afectos). Cuento de hadas y drama familiar, Bayona sabe conjugar dos atmósferas emocionales opuestas para desvelar los miedos interiores que devienen de la incapacidad de digerir la pérdida de un ser querido. Y es ahí donde el director demuestra su gran capacidad para narrar en imágenes y traducir visualmente emociones.
Dentro de la retrospectiva The Act of Killing, hoy hemos podido ver The Look of Silence, del realizador Joshua Oppenheimer. Esta continuación del film danés que da nombre a la retrospectiva, nace como consecuencia del testimonio que la obra de Oppenheimer desvela con sus imágenes. Los testimonios de verdugos y asesinos se siguen sucediendo en la pantalla mientras el hermano de una de las víctimas emprende una cruzada contra la imposición de olvidar y el silencio obligado. El realizador fija su cámara en el lugar exacto en el que nace el silencio, el incómodo, el doloroso, el hiriente, el desquiciado, el vergonzoso, el que surge en el abismo que separa al culpable de la víctima. Oppenheimer captura ese instante en que no hacen falta las palabras para quebrar el silencio: la pantalla se inunda de dolor y de gritos ahogados de quien busca, desesperadamente, entender qué es lo correcto cuando convives con los responsables de tu desgracia.